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Busco siempre la oportunidad de hablar con los jóvenes. Gracias a Dios, nuestras pastorales juveniles acogen a un gran número de muchachos y muchachas que tratan de hacer procesos de vida y de fe, llenando su conciencia y su corazón de algo más que bienes de consumo. La cultura dominante no se lo pone fácil a los jóvenes, más bien los manipula prometiéndoles la satisfacción inmediata de todos sus deseos, pero dejándolos botados en la cuneta de la vida. Lo importante será siempre llenar el corazón de contenidos liberadores que nos ayuden a ser y crecer como personas, amantes de la justicia, de la fraternidad y de la paz. Es verdad que muchos se dejan halagar por el mercadeo de las ofertas y buscan caminos fáciles, atajos que no llevan a parte alguna. Pero hay muchos jóvenes, más de los que nos pensamos, que trabajan duro por salir adelante, por crecer de forma digna y equilibrada, a pesar de las dificultades inevitables. El evangelio es para ellos una referencia fundamental: ahí, en la persona de Jesús, en sus palabras y sus gestos, muchos encuentran un motivo de superación y de claridad ante las exigencias de la vida. La Iglesia sabe que tiene que acompañar, ofrecer, ayudar a encontrar el camino, esa senda estrecha que cada uno tiene que recorrer en la vida. Por eso, ofrece a los jóvenes espacios y procesos de crecimiento interior, de fraternidad y de compromiso solidario. En algún momento del camino, muchos preguntan: “¿qué tengo que hacer?”. Lo primero, no encerrarte en tus ansiedades. Lo segundo, abrirte a una experiencia solidaria que te lleve a compartir la vida. Lo tercero, confiar en que de la mano de otros con tus mismas preocupaciones e inquietudes sabrás ir encontrando respuestas y afrontando desafíos. Los creyentes sabemos que en esta aventura de crecer en dignidad no estamos solos… El Nazareno, experto en llegar al corazón humano, camina a nuestro lado y nos sostiene con su inmensa esperanza. Esto es lo que quisiera comunicarles y transmitirles: no se desesperen, luchen y confíen. No están solos.