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Desde que estamos recorriendo este camino de la X Asamblea Adsis, en varios espacios nos decimos que estamos recorriendo un “cambio de cultura organizacional”. Hay quienes le llamamos “actualización” o también “renovación”… Una renovación que se inserta en tanta renovación en nuestras sociedades, en la Iglesia y en la humanidad toda. 

Somos fraternidades que queremos mostrarnos y construir relaciones nuevas, junto a tantas personas con las que compartimos “urgencia” por un mundo renovado, de igualdad, inclusión, diálogo, cuidados… de Evangelio.

 

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En medio de la exigencia que la sociedad nos imprime (y nos damos) para obtener resultados en todo, y que además sean rápidos (mejor inmediatos), este camino nos está confirmando esa intuición de siempre, y que a veces se nos ha quedado en modo “concepto” y que nos resistíamos a dejarla ser experiencia, me refiero a la intuición de la importancia de los procesos.

Uno de estos procesos revitalizadores a los que me refiero es la experiencia de la “corresponsabilidad” y nuestro deseo de crecer en ella. Ya sé que la palabra “responsabilidad” a menudo suena a carga, pero quizá poco a poco vayamos experimentando que realmente, compartir esa carga entre varios puede hacer que sea más un “hacerse cargo”.

En nuestro Movimiento y cierto es que abriéndonos a las dinámicas “virtuales” tan abundantes en este tiempo de confinamientos y restricciones, hemos abierto varios espacios más allá de cada comunidad, algunos “equipos” configurados por personas de diferentes comunidades y unidas en una tarea común. Equipos que suman sensibilidades, que suman las capacidades y disponibilidad que cada uno puede aportar, equipos flexibles de los que podemos entrar y salir, que no son “eternos”… Equipos que han nacido como respuesta o como querer mirar en profundidad la realidad que vivimos y ante ella iniciar reflexión o acción, equipos que no siempre buscan “productos” o resultados, sino que generan corrientes de diálogo, de propuestas colectivas…

Los equipos son muy variados, los hay que preparan espacios orantes y de interioridad, otros reflexionan sobre los cauces que pueden hacernos crecer en prácticas más solidarias de la economía, o que tejen itinerarios para poder dinamizar reflexiones en todo el Movimiento; otros acompañan procesos pastorales y otros coordinan espacios para compartir la vivencia desde nuestra pluralidad de ministerios y estados de vida…

Cada equipo “rema” a favor de algún espacio que como Movimiento estamos descubriendo desafiante, motivador, a recuperar, a actualizar en su proyección para otros/as y junto a otros/as.

Somos más de 100 hermanos y hermanas, también junto a jóvenes, que somos parte de unos 30 equipos en todo nuestro Movimiento. Personas que desde América, África y Europa, vamos recorriendo procesos para TODO EL MOVIMIENTO. Vamos articulando esfuerzos y miradas para poder ofrecer iniciativas. Un camino en el que vamos aprendiendo a “aprender haciendo” mediante el trabajo colaborativo y haciendo ejercicio de escucha generativa. Creo que este “modo” de hacer proceso nos enseña a hacer de las necesidades oportunidades para ir acogiendo esa “nueva cultura” de corresponsabilidad. 

Este impulso necesita también crecer en la articulación de los procesos de los equipos y de una mirada global que se sostiene en entendernos como una organización, un Movimiento vivo, que crece en función de relaciones vitalizadoras entre sus miembros y en el mundo y no desde el mantenimiento de posiciones a la defensiva de ideas o criterios. 

Quizá esta experiencia a la que nos abrimos y aportamos con confianza incorpore ese “nosotros/as” fraterno y solidario que sabemos que es nuestra esencia y que queremos comunicar y significar en el mundo. 

El “proceso” en este sencillo ejercicio de construir entre todos/as, es, sin duda, uno de los más valiosos resultados.

 

Etiquetas: contravalores