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Escuchar la Naturaleza y escuchar en la Naturaleza. Una constante en mi vida. Porque me crié en ella y crecí humanamente en ella. Espiritualmente en ella. Crecí en ella cuando en mi pueblo todavía había espacios en los que se jugaba y hablaba al aire libre, en las campas que lindaban con mi casa. Hasta el anochecer, hasta la llamada de la madre para la cena…

Y compartíamos, Naturaleza, amigos y yo, el dolor de los lugares arrebatados y manchados: la ría que nos dejaba la piel ennegrecida y oliendo a aceites y galipó (petróleo); el basurero de Pando que se comía el camino del Ballonti hacia El Valle; el asfalto que iba ganando terreno a la campa y cambiaba el color de lo cotidiano…

Crecí en ella, con otros, recorriendo sendas de La Arboleda a Galdames o a Saracho y El Regato. Crecí en ella en noches de velada de campamento, tribu que cantaba y rezaba en comunión unos con otros y en Ella, la Tierra. Ama Lur. No era una diosa. Era ella, estaba allí y nosotros con ella.

Escuchar en la Naturaleza las voces que se abrían camino en el interior confuso que intuía lo divino y lo humano y su comunión.

Belagua al raso, cielo abierto a estrellas sin fin y tú, pequeño, te ves reflejado en la misteriosa Palabra: “serás parte de un gran pueblo…” Pequeño y parte. Sin ti no hay pueblo.

Sarría junto al río…”me has encontrado, Señor”…me has encontrado seducido y “vocacionado”. Aparte de “otro enamoramiento” que se abrió camino por aquel entonces, que cuajó en vida cotidiana, fértil y agradecida.

Y la última aventura entre las desoladas y hermosas piedras y riscos de los Picos…de nuevo la pequeñez, mi pequeñez, la noche abierta al Espíritu, el agradecimiento por la vida, por mis hijos que compartían camino, cansancio, compañía.

Mi casa da por un lado al horizonte azul, gris, en calma o revuelto de la mar…y por el otro a las nubes que cubren el Aramo y el Monsacro, tierra sagrada.

¡¡Cómo no voy a escuchar la Naturaleza, cómo no voy a escuchar en la Naturaleza!! No me queda otra. Me habla cada día. Hablamos cada día.

Iñaki B.