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El exjuez de la Audiencia Nacional española, Baltasar Garzón, que pasó por estos pagos en calidad de consejero de lo imposible, presentó hace unos meses su proyecto político “Actúa”, con el que pretende “escuchar el sentir de la gente de izquierda”, en un momento de fragmentación territorial y división partidista que hace cada día más difícil la unidad de España.

Entiendo que Garzón es un hombre bien intencionado y lúcido que defiende un proyecto de futuro, más allá de los lamentos y de la pasividad de gran parte de la sociedad española, más entretenida en las últimas rebajas del verano que en cuestionarse el futuro del país. El sabe que semejantes actitudes no son válidas para hacer una sociedad más fuerte y crítica, especialmente en turbulencias.

Tanto en España como en El Ecuador se necesita ir más allá de una organización de damnificados de izquierda o de derecha. Hay que superar modelos personalistas, de bloqueo organizativo y de división, promoviendo un modelo de Estado que opte por la integración, la honestidad y la ética, un Estado que promueva la participación, la inclusión y el desarrollo de los más pobres. Después de la intentona autoritaria y populista de los últimos años, del estatismo que hemos sufrido y de la lacra de la corrupción, sería bien triste que el país cayera nuevamente en la fragmentación de partidos y de intereses particulares. No necesitamos más caudillos ni mesías que nos doren la píldora de la pobreza con discursos heroicos. Necesitamos desarrollo y oportunidades, educación y trabajo.

Cuando circulo por la carretera de Riobamba a Ambato, a paso de tortuga mientras encomiendo mi alma a Dios, confiado en la destreza del chofer, me entretengo leyendo las propagandas correístas: “Ecuador ya cambió”. No es verdad. Nunca lo fue. El cambio sólo se dio en las mentes calenturientas del poder que necesitaba vender la burra coja. Las pobrezas estructurales siguen en pie. Toca ser responsables y acortar las diferencias, entre ricos que lo tienen todo y pobres que no tienen nada, por políticas sociales sostenidas. Por eso, el apoderamiento fraudulento del dinero (dígase el robo) no sólo es inmoral, sino manipulador de la sociedad y generador de pobreza y exclusión.

Escuchen bien: “Acabar con la corrupción será una labor de generaciones y es una enseñanza que debe comenzar en la familia y afianzarse en la escuela: no robar, no engañar, no mentir, no corromper ni corromperse son mandatos universales, que parecen estar tristemente olvidados”.

Leyendo lo que dice el Sr. Garzón en su última obra, “La indignación activa”, ganas me dan de afiliarme al nuevo proyecto, pero me quedo con las ganas, gestionando mi propia indignación y alentando la de todos aquellos que no se conforman y quieren, más allá de los líos de la política, una patria mejor.

 

Autor: Julio Parrilla, obispo de Riobamba y miembro de Adsis.
Fuente: El Comercio