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El 26 de marzo falleció por coronavirus Mohamed Hossain, migrante vecino de Lavapiés. Había pasado días sin poder comunicarse con los médicos por no saber hablar español. Nadie le entendía. 

Al día siguiente, entre los compañeros migrantes que mejor hablaban español, se organizaron para acompañar a su gente ofreciéndose como traductores. Así formaron la red de intérpretes mediadores que durante todos estos meses continúan dando servicio gratuito tanto en los centros de Atención Primaria como en Servicios Sociales, farmacias y hospitales. Una red de 30 personas voluntarias de diferentes países de Asia y África. 

Son personas que dan voz a tantos enfermos atemorizados porque no se hacen entender; son el puente para que la sanidad pública llegue realmente a todos. Y también son personas que ponen su cuerpo entero al lado de los enfermos, estando cotidianamente expuestos al virus. Varios de estos intérpretes se han infectado y alguno ha sido hospitalizado. Hablamos de migrantes en paro, amenazados con ser expulsados de sus viviendas porque no pueden pagar el alquiler. Y, sin embargo, su opción prioritaria en este tiempo está siendo no dejar atrás a las víctimas más pobres de esta pandemia. Alguno tiene hasta tres móviles donde recibe unas 80 llamadas al día, 80 gestiones, 80 formas de cuidar, atender y proteger a los más abandonados.

Esta red de intérpretes mediadores son una sacudida a nuestra conciencia. Ellos verifican con sus vidas el deseo que manifiesta el papa Francisco en su reciente encíclica Fratelli Tutti: “Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros”. Esta gente nos precede, ha dado el salto. Se han lanzado a vivir en la intemperie la aventura de amparar y dar cobijo de humanidad a personas asustadas, enfermas y aterrorizadas por no poderse hacer entender. 

No son héroes. Como todos los que trabajan en primera línea de atención sanitaria, son cuidadores esenciales. Manik, uno de los intérpretes, a la pregunta de por qué hace estas cosas suele decir una sola frase: “todos somos paisanos”. Y lo dice con conocimiento de causa, porque durante el pasado mes de mayo y antes de la aparición de las colas del hambre, en una reunión por zoom de la red Interlavapiés, un compañero senegalés expresó que no tenía dónde acudir para pedir alimentos. Manik, de inmediato, ofreció su asociación Valiente Bangla para que fuera a recoger alimentos allí. “Familia somos todos, decía.

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Estas gentes destartalan nuestros planes y organizaciones. Están listos para actuar sin pedir permiso a nadie. Se organizan y lanzan no solo para solidarizarse con sus hermanos y mediar en la traducción, sino para exigir a las administraciones públicas que esa labor sea reconocida para que ninguna persona quede excluida del sistema sanitario. “Lengua o muerte” es el nombre de la campaña de denuncia y sensibilización que han venido realizando durante estos meses. Porque poder expresarse y ser entendidos, para muchos migrantes empobrecidos que no hablan español, se convierte en la línea divisoria entre la vida y la muerte. Así de tremendo.

Josep María Esquirol habla de las afueras como la comarca de lo humano, y en nuestro caso, de la humanidad tejida con la palabra que traduce y sosiega y con el cuerpo desgastado. Desde la red de afueras estos migrantes despliegan nuevos espacios de convivencia donde podemos saborear el sentido de la solidaridad que cuesta, se arriesga y se convierte en instancia crítica ante la desigualdad creciente que genera la pandemia. 

Esta red interpreta en la práctica que el cuidado de la vida se hermana con la lucha por la justicia y por los derechos de los excluidos del sistema, por el hecho de ser extranjeros pobres y sin recursos.

Vaya por delante mi respeto y admiración a esas gentes sin suelo que nos permiten pisar la tierra reconociendo la bondad como valor lleno de vida y de humanidad. Gentes con sabor a Evangelio, desde su fe musulmana. Personas jóvenes, de rostro curtido, viajeros de una historia insoportable, que nos ofrecen en su día a día la palabra hecha compasión con aquellos que sufren aún más que ellos.

Por Luis Aranguren