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Ni a los primeros ni a ninguno. No, no es una amenaza, ni una incitación a la revuelta. Es un hecho de la realidad que podemos constatar a diario, pero que nuestra mirada, muchas veces cargada de intereses, enferma de “estrabismo” o “presbicia”, llena de prejuicios… nos impide ver y menos valorar.

Los últimos son muchos, los primeros pocos. Los últimos son, en palabra de Galeano, “los nadies”: …que no son, aunque sean…, que no son seres humanos, sino recursos humanos...  Los que solo son tenidos en cuenta en épocas electorales, porque el voto bien puede servir para los intereses de los primeros con falsas promesas, cuando no, con interesados engaños. Los que a la hora del reparto siempre quedan al final y solo reciben las migajas.

Cuando justificamos “…hasta que no crezca la economía más, corremos muchos riesgos…”, no hacemos más que servirnos de los pobres, de los últimos. Lejos estamos de una verdadera voluntad de hacer justo un reparto en el que equitativamente nos beneficiemos todos. Y es que nunca llega a haber lo necesario porque la insatisfacción de los primeros es insaciable. Es como un pozo sin fondo o como un agujero negro.

¿Cuándo nos daremos cuenta que este mundo no tiene salida hasta que no haya “últimos” y “primeros”? Y, por lo tanto, las prioridades a todos los niveles han de ser que a los últimos les vaya bien para que dejen de ser últimos. Todos somos igualmente personas, aunque no seamos personas iguales. Todos tenemos las mismas necesidades, todos los mismos derechos… TODOS. Mientras cada uno busque su propio bienestar, sin buscar el bienestar de los demás, la brecha se hará cada vez más grande y como consecuencia, el bienestar será cada vez más imposible para todos. Esto requiere un cambio de pensamiento y de valoración de todos, pero es una urgencia impostergable para los que mueven los hilos de las decisiones políticas, económicas, religiosas, empresariales, educativas…

Nuestra sociedad será creíble cuando los que deciden -los políticos, los que rigen los criterios de la economía, los que tienen grandes recursos y pueden incidir de forma inmediata en la realidad- utilicen para ellos y para sus hijos la salud pública, la escuela pública, la seguridad pública; que sea de todos y no solo de los últimos. Hoy, salud pública, escuela pública, seguridad pública… están tan dejadas porque son para los  últimos (los que no tienen ni pueden aspirar a otra cosa) porque los primeros organizan sus propios sistemas que “son más eficaces” y dan respuestas a los que tienen suficiente plata (algunos, los primeros). ¡Cuánto cambiarían los servicios públicos si los que hacen las leyes y deciden los recursos, ellos y sus hijos (los primeros) fueran los que sufrieran o gozaran las consecuencias de las decisiones que toman! Capaz que entonces encontraríamos modos y maneras de mejorar este sistema social que es para todos y que con tanta retórica se va posponiendo una y otra vez. Mientras sean otros (los últimos) los que sufran sus decisiones, en este mundo de intereses, todo puede seguir así, mientras podamos mantener “este orden”.

Ya dijo algún día Jesús de Nazaret: “Los últimos serán los primeros” (Mt.20, 16). Mientras los últimos no sean los primeros en las prioridades de la economía, la educación, la salud, la seguridad…, no habrá seguridad y bienestar auténticos para nadie. Unos y otros viviremos la ley de la supervivencia. Pero ¿caminamos en esa dirección?, ¿hay verdadera voluntad política de que los últimos realmente sean tenidos en cuenta? En las próximas elecciones, ¿la preocupación y la apuesta de los distintos candidatos van en esta dirección? Creo que no. Pero, mientras tanto, no pierdo la esperanza y seguiré con muchos otros, creyentes y no creyentes, construyendo una sociedad más justa y fraterna, donde no haya primeros ni últimos, a la que Jesús llamó Reino de Dios y que ya está entre nosotros. Y aunque aún nos queda mucho, algún día florecerá para todos. Y florecerá porque, aunque a veces parezca lo contrario, cada vez son más los que piensan y viven en consecuencia la necesidad de dar prioridad a los últimos para que todos podamos recobrar nuestra dignidad de personas. Prioricemos en todos los ámbitos a los últimos y todo aquello que ayude a privilegiar a los últimos, para que un día no haya ni últimos ni primeros. Al menos, siempre nos quedará la esperanza de que Dios está de parte de los últimos y Él tiene siempre la última palabra.

Juan Escalera. (Presbítero, Miembro de las Comunidades ADSIS)

Tomado de La República.pe