Jesús le contestó:
–El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. Por el contrario, el que no guarda mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.
Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.
Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo. Ya habéis oído lo que dije: «Me voy, pero volveré a vosotros». Si de verdad me amáis, deberíais alegraros de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Como discípulos de Jesús vinculamos nuestra vida personal y comunitaria a su Palabra. Necesitamos asumir con mayor radicalidad y dedicación la interiorización y la vivencia de la Palabra. Hoy Jesús nos insiste en ello de forma más perentoria. «El que me ama guardará mi palabra». Siendo siervos de la palabra de Jesús, tenemos la garantía del amor del Padre y con su amor gozaremos de su presencia en nosotros: «...mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en Él».
¡Qué maravilloso misterio que cada hermano, siervo de la Palabra, sea morada de Dios en el seno de la comunidad! ¡Qué imprescindible tarea asumir el estudio y la oración de la Palabra como el desafío fundamental entre nosotros! De ello dependerá que Jesús sea manifestado también al mundo de los jóvenes y de los pobres.
Este amor por la Palabra necesita enraizarse en la acción del Espíritu Santo. Lo hemos recibido del Padre en nombre de Jesús. El Espíritu nos hace entender la Palabra como memorial de Jesús y como compromiso por el Reino. Si en ello ponemos nuestro primer amor, juntos nos sentiremos amados por el Señor. ¡Haznos, Señor, por tu Espíritu, siervos enamorados de tu Palabra!