Entró de nuevo en la sinagoga y había allí un hombre que tenía la mano atrofiada. Lo estaban espiando para ver si lo curaba en sábado, y tener así un motivo para acusarlo. Jesús dijo entonces al hombre de la mano atrofiada:
-Levántate y ponte ahí en medio.
Y a ellos les preguntó:
-¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?
Ellos permanecieron callados.
Mirándolos con indignación y apenado por la dureza de su corazón, dijo al hombre:
-Extiende la mano.
El la extendió, y su mano quedó restablecida.
En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para planear el modo de acabar con él.
El criterio fundamental es hacer el bien. Ante las parálisis que nos inmovilizan el Señor actúa. En Jesús ya no hay tiempos sagrados y tiempos profanos. En todo tiempo estamos llamados a hacer el bien, a actuar desde la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces, ante nuestro descanso o en las vacaciones tendemos a vivir con otros criterios de actuación que no es el del evangelio? Cuando no es «el tiempo del compromiso» y se presenta la ocasión ¿cómo actuamos ante la parálisis de los hermanos? Una cosa es estar en plena actividad todo el tiempo y otra es estar presente en la situación de los hermanos, jóvenes y pobres y ser signo de la Presencia de Dios, cuando el otro la necesita y no cuando a mí me toca. ¿Pero nuestra sintonía con Jesús es tal que sabemos discernir y estar en esos momentos, o nos escandalizamos con los fariseos porque una vez más contraría nuestro interés, nuestras ganas, apetencias, costumbres o derechos?