En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron:
-¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?
El llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:
-Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá a buscar la descarriada? Y si llega a encontrarla, os aseguro que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Del mismo modo vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
«Llamó a un niño y lo colocó en medio de ellos». Los discípulos iban buscando ser el centro, ser el más importante pero para Jesús el centro está ya ocupado precisamente por alguien humilde y sin pretensiones, alguien que se sabe dependiente de los mayores y que se reconoce necesitado de estar siempre aprendiendo. Un niño no tiene que hacer nada, solamente confiar y dejarse cuidar y querer y por eso rompe la dinámica de la suficiencia y de las pretensiones de dominio y poder.
El gesto y las palabras de Jesús nos llaman a una actitud muy diferente: dejar atrás nuestro «personaje», las máscaras tras las que nos escondemos, las defensas con las que intentamos protegernos o los méritos que intentamos acumular. Nos invitan a reconocer nuestra fragilidad y a aceptar nuestro desvalimiento, a abrirnos al asombro del amor de un Dios que nos acoge sin condiciones, como un padre o una madre a su hijo, no porque lo merezcamos sino porque no puede remediar querernos, porque se negaría a sí mismo si no fuera pura gratuidad.
Acoger su llamado nos permite sentirnos unidos a tantos hombres, mujeres y pueblos enteros olvidados por las crónicas internacionales, pero que son la niña de los ojos de Dios.
A partir del texto de hoy, podemos preguntarnos si nuestra vivencia de la vocación va entrando en esta lógica del Reino, que se caracteriza, ante todo por la gratuidad de relaciones, si seguimos viviendo en clave de «puños», «méritos» y «adquisiciones», o vamos aceptando con alegría y agradecimiento que en la relación con Dios y con los hermanos todo es don gratuito que no se merece sino que se acoge.