Pedro miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús tanto quería, el mismo que en la última cena estuvo recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús:
-Señor, y éste ¿qué?
Jesús le contestó:
-Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú, sígueme.
Estas palabras fueron interpretadas por los hermanos en el sentido de que este discípulo no iba a morir. Sin embargo, Jesús no había dicho a Pedro que aquel discípulo no moriría, sino: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».
Este discípulo es el mismo que da testimonio de todas estas cosas y las ha escrito. Y nosotros sabemos que dice la verdad. Jesús hizo muchas otras cosas. Si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse.
Una comunidad bautizada permanentemente con Espíritu Santo, y no sólo con agua, es aquella que da prioridad en su proyecto de vida a la apertura permanente de sus hermanos y hermanas al Espíritu y a la oración y discernimiento comunitarios. La comunidad es del Espíritu y en el Espíritu. Sólo el Espíritu nos incorpora al seguimiento y al discipulado del Señor.
El contexto del pasaje no le da a Pedro la mejor imagen, puesto que se trata de una confrontación con el discípulo amado. Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?” (21,21), en el sentido de “¿qué será de él?”. El apóstol a quien Jesús le ha dado a entender que su destino es el martirio (ver 21,18-19), quiere saber cuál será el destino de su compañero.
La respuesta de Jesús es dura: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?” (21,22a). ¿Cómo entender esta reacción? Ante todo como una invitación a no compararse con los demás: Jesús tiene un camino para cada cual y ninguno de ellos es mejor ni peor. Cada persona que sigue a Jesús es invitada a apreciar y respetar el itinerario de la otra.
El “Tú, sígueme” es, entonces, la norma de vida de quien sigue a Jesús: su mirada está siempre puesta en el Maestro y, desde ahí, acoge también el amor y estilo de relación que tiene con los demás discípulos y discípulas.
Las palabras finales del evangelista (21,24-25), nos muestran que la obra de Jesús es infinitamente grande, que siempre nos sobrepasa: aun cuando creamos conocer el Evangelio, siempre hay novedades, hay sorpresas.