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Quizás, a veces, no somos conscientes del gran regalo que ha sido otra persona en nuestras vidas hasta que las circunstancias cambian, y hace que, lo que se daba por habitual o, incluso, por rutinario, deja de serlo.

Creo que lo que vivimos Pilar y yo durante cerca de año y medio, fue muy especial y mágico. Creo que la magia existe cuando se habla de Dios, porque magia es creer que lo imposible puede suceder y creo que era poco probable que, en condiciones normales (fuera del ámbito parroquial), Pilar y yo nos hubiésemos elegido; pero allí estaba Dios soplando fuerte y poniendo el momento, las personas adecuadas...para hacerlo realidad. Aún recuerdo cuando vi el piso por primera vez, cuando se lo enseñé posteriormente a Guille, su hermano, y a ella. Ella dijo que SÍ, sin verlo en persona.

Pilar y yo ya nos conocíamos y, eso, era un buen punto de partida, aunque no era garantía de éxito. ¡De hecho, muchos dudaron de nuestro proyecto y algunas encuestas no daban por nosotras más de 6 meses! Nunca me he alegrado tanto de haber ganado En ocasiones, Pilar y yo hasta parecíamos pareja allí donde íbamos, al principio, lo desmentíamos y al final, ya nos daba igual y nos hacía gracia. 

Además, que pensaran que lo éramos, nos hacía conscientes de que se notaba que nos queríamos y de que la sociedad estaba cambiando.

¡Podría hablar de mil anécdotas de nuestra vida en común! Como, por ejemplo, cuando tuvimos que purgar el agua de todos los radiadores para que no explotase la caldera, tener que cambiar una rueda y quedarnos sin batería en el coche, del robo del bolso en el cine con recuperación posterior... ¡todo esto en el primer mes! 

También, de nuestros despistes con las llaves y dejárnoslas dentro de casa una media de una vez al mes y llamar al timbre de María Antonia, nuestra vecina, guarda llaves y nuestro ángel Y también podría hablar del “¿qué tal tu día?”, de nuestras cenas poniéndonos al día, de las reuniones de grupo, de las “Oracenas” en nuestro salón para 20 jóvenes, de organizar el encuentro del último 8M... la casa se llenaba de vida y de Dios. Esto nos gustaba mucho; sentir que nuestra casa estaba abierta para todos y todas.

Durante el tiempo que estuvimos juntas, incluso durante el confinamiento en el que vivimos una Pascua, oraciones y encuentros online... intentamos crear de nuestro techo, un espacio que fuera hogar. No es fácil, pero creedme, la vida exterior ya nos tensiona o nos complica suficiente, ¡como para que volver a casa nos siga dificultado la existencia! Casa tiene que ser CASA. Hasta los niños y niñas cuando juegan al “pilla-pilla” y dicen “¡casa!” saben lo que quieren decir, pues saben que en ese momento el tiempo y el espacio se para y no pueden ser “atacados” ni “pillados” y pueden pararse, descansar, coger aire, tomar mejor perspectiva de lo que está ocurriendo a su alrededor y cuando están listxs; volver al juego. Pues bien, “casa” debería ser lo mismo para cada uno de nosotros y nosotras. Un espacio en el que poder ser, compartir, llorar, reír, crecer, pedir perdón, dar las gracias, desconectar, celebrar la vida, llenarse de nuevo (la vida exterior ya nos vacía y mucho).

Por eso, doy gracias a Dios por la aventura fraterna con Pilar y a Pilar, gracias por haber sido CASA.

A todas y todos nosotros, que seamos casa allí donde estemos. Un abrazo fraterno,

Lucía Castellano