Loading...
Alt

Helena Román. Hermana Adsis

Queridos amigos y amigas:

Con cariño acojo la invitación para contar la experiencia de la pandemia en Chile, país en el que resido desde hace más de 6 años, iluminada desde fe que comparto con todos ustedes.

El coronavirus llegó al país a principios de marzo, en un momento en el que como sociedad nos encontrábamos removidos por las movilizaciones sociales. Desde finales del 2019, éstas reclamaban un cambio de paradigma y un nuevo pactosocial que garantice la dignidad de las personas, aborde lasdesigualdades sociales y proteja a los más vulnerables de los abusos de los grandes grupos familiares enriquecidos durante la dictadura. Estos acogieron con brazos abiertos las políticas neoliberales que debilitaron el papel del Estado en la provisión de bienestar. Ahora hemos sufrido las consecuencias.

La pandemia sigue dejando desnudas las miserias y grandezas de este pueblo chileno, del que me ido haciendo una más y en el que ido construyendo mi vida.

Miseria, la de autoridades que anuncian tener todo bajo control, que hay respiradores, camas, residencias; mientras hay personas que pasan 4 días en urgencias con neumonía, en unasilla de ruedas y sin ser atendidas, o 15 horas en elestacionamiento en la ambulancia, esperando que alguien las evaluara. Miseria, la de un instructivo gubernamental que indica que las canastas de comida se entreguen mostrando con las cámaras las emociones de las personas. Miseria, la de autoridades que persiguen a comerciantes que tienen que salir en cuarentena para poder comer, y hacen la vista gorda conprivilegiados que rentan helicópteros para burlar el cordón sanitario y poder escapar a comprar marisco a un pueblo de la costa. Los mismos que obligan a las trabajadoras domésticas de sus hogares a hacer con ellos la cuarentena, para poder cuidarlos si enferman.

Pero a la vez… este es un tiempo de Dios, que saca lo mejor del corazón humano en momentos en que impera el aparente sinsentido del Sábado Santo. Que se hace poblador de “campamentos” (barrios de chabolas), compartiendo las “ollas comunes” (cocinas colectivas barriales) de la solidaridad vecinal;que nos urge a desafiar el “cada palo que aguante su vela” para apoyar a los vecinos mayores, aportar económicamente a las organizaciones que llegan a los más abandonados y aceptar reducciones de salario para que nadie se vaya de la empresa...

Hay mucho amor, muchos signos de que el mensaje deCristo sigue llenando de sentido y habla en la Historia. La muerte no tiene la última palabra, estamos llamados a la Resurrección. Es esa experiencia la que nos llama a ser profetasdel siglo XXI y seguir denunciando la injusticia “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Estos 3 meses de cuarentena de mi comuna (zona municipal) han servido, además para cambiar muchos aspectos cotidianos demi vida, para acercarme a la realidad de los que se encuentran en el margen, los que no serán destinatarios de los bonos COVID, el ingreso familiar de emergencia o las canastas de comida delEstado.

La parroquia de San Saturnino, en pleno corazón de un barrio patrimonial de Santiago, y la Fundación Frè, que apoya a migrantes, principalmente haitianos, han sido espacio de encuentro y trabajo donde volver a las preguntas cristianas de fondo, salir de la zona de confort y dejarme interpelar por el “qué haría Jesús en mi lugar”. La vida merece la pena compartida, vivida por un sueño más grande y renunciando al individualismo para abrir las manos a otros.

Sé que ustedes han sufrido mucho este tiempo, por la pérdidade vidas en gente cercana y porque hay familias a las que ahora les toca enfrentar la incertidumbre económica. Les pido que confíen y se acerquen más a Dios, que el dolor les haga más humanos y leshaga salir hacia otros que también les necesitan. Hay muchos y muchas que hoy requieren de nuestro compromiso y amor cristianos.

Me gustaría terminar con una frase del Credo Adsis, que hoy me hace mucho sentido y que puede ser una invitación para ustedes en la oración de este tiempo:

“Creemos que, por iniciativa del Espíritu de Dios, ha nacido en nosotros una urgencia cristiana que nos impulsa a la acción. El sufrimiento de tanta miseria y la experiencia denuestra incapacidad para acabar con ella, nos abren a Dios y nos vinculan en comunidad de hermanos”.

Un cariñoso abrazo desde Santiago de Chile. Helena