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Lc 19, 41-44

Cuando se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella, y dijo:

-¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! Pero tus ojos siguen cerrados. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán con trincheras, te cercarán y te acosarán por todas partes; te pisotearán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán piedra sobre piedra en tu recinto, por no haber reconocido el momento en que Dios ha venido a salvarte.

Lc 19, 11-28

Mientras la gente lo escuchaba, les contó otra parábola, porque estaba cerca de Jerusalén, y ellos creían que el reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente. Les dijo, pues:

Lc 19, 1-10

Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío. Así que echó a correr hacia adelante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo:

-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

El bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían:

Lc 18, 35-43

Cuando se acercaba a Jericó, un ciego, que estaba sentado junto al camino pidiendo limosna, oyó pasar gente y preguntó qué era aquello. Le dijeron que pasaba Jesús, el Nazareno. Entonces él se puso a gritar:

-Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.

Los que iban delante lo reprendían, diciendo que se callara. Pero él gritaba todavía más fuerte:

-Hijo de David, ten compasión de mí.

Jesús se detuvo y mandó que se lo trajesen. Cuando lo tuvo cerca, le preguntó:

-¿Qué quieres que haga por ti?

Mc 13, 24-32

Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán.

Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria. Él enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.

Lc 18, 1-8

Para mostrarles la necesidad de orar siempre sin desanimarse, Jesús les contó esta parábola:

-Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había también en aquella ciudad una viuda que no cesaba de suplicarle: «Hazme justicia frente a mi enemigo». El juez se negó durante algún tiempo, pero después se dijo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, es tanto lo que esta viuda me importuna, que le haré justicia para que deje de molestarme de una vez».

Y el Señor añadió:

Lc 17, 26-37

Cuando venga el Hijo del hombre sucederá lo mismo que en tiempos de Noé. Hasta que Noé entró en el arca, la gente comía, bebía y se casaba. Pero vino el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en los tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos. Así será el día en que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga en casa sus enseres, que no baje a tomarlos; igualmente, el que esté en el campo, que no vuelva atrás.

Lc 17, 20-25

A una pregunta de los fariseos sobre cuándo iba a llegar el reino de Dios, respondió Jesús:

-El reino de Dios no vendrá de forma espectacular, ni se podrá decir: «Está aquí, o allí», porque el reino de Dios ya está entre vosotros.

Después dijo a sus discípulos:

Lc 17, 11-19

De camino hacia Jerusalén, Jesús pasaba entre Samaría y Galilea. Al entrar en una aldea, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y comenzaron a gritar:

-Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.

El, al verlos, les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, volvió alabando a Dios en alta voz, y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano. Jesús preguntó:

Jn 2, 13-22

Como ya estaba próxima la fiesta judía de la pascua, Jesús fue a Jerusalén. En el templo se encontró con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; también estaban allí, sentados detrás de sus mesas, los cambistas de dinero. Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos, con sus ovejas y bueyes; tiró al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas; y a los vendedores de palomas les dijo:

-Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.